Nadie discute la simpatía y la gracia en las expresiones y
maneras del papa Francisco […]. Ahora bien, esas nuevas actitudes, ¿presagian
cambios profundos en la Iglesia católica? ¿Una revolución? Yo creo que no. Creo
más bien que, como hubiera dicho Roland Barthes, el papa Francisco está
poniendo una “vacuna” en la Iglesia, “vacuna” que consiste en reconocer algunos errores accidentales de
la institución para ocultar los fundamentales y conservar su integridad.
Jean Baudrillard hablaría de “simulacro”.
[…]
Él se reconoce como “hijo de la Iglesia” (de hecho es su
máxima jerarquía), y todo parece
encaminado a proteger a la institución tal y como está concebida. Empezamos
por los dogmas de fe. Ahí encuentra la colaboración, intencionada o no, de los
medios de comunicación. Como los dogmas
no son noticia, a ningún periodista en el avión de vuelta de Brasil se le
ocurrió preguntar sobre la transustanciación, la resurrección de los muertos,
la virginidad de María, la infalibilidad del papa… Son precisamente las
verdades más profundas sobre las que se sustenta la Iglesia, sin las que no
tendría sentido, las menos expuestas. […]
A nivel institucional, este papa parece más decidido a
reformar la Curia y dar más transparencia a las finanzas vaticanas; reconoce
los escándalos de Nunzio Scarano y no tiene miedo a hablar de sus presuntos
delitos… Pero detrás de ese deseo de
transparencia se esconde la verdad más importante: que la Iglesia es poder
[…].
Bergoglio ha arremetido también contra los coches de lujo de
la jerarquía y su mentalidad principesca. Parecen haber desaparecido en el
Vaticano las formas palaciegas de la corte de Pío XII. Pero, ¿no es esa la
manera perfecta de ocultar las impresionantes
posesiones inmobiliarias, las inmatriculaciones de edificios, las subvenciones estatales, las exenciones fiscales (IBI)…? […]
Se agradece que recientemente el papa se haya pronunciado a
favor del Estado laico. […] La verdad es que no me imagino a la Iglesia renunciando a la presencia pública que le
garantizan los Acuerdos entre el Vaticano y el Estado Español de 1979, ni
siquiera aceptando en este país (pero sí donde la Iglesia católica es
minoritaria), un trato igual (favorable) a otras religiones, que es lo que
propone Bergoglio. […]
No se avecinan cambios
profundos. La Iglesia seguirá siendo institución y poder: nunca pondrá en crisis su propia
historia ni renunciará motu proprio a privilegios allá donde los tiene. El
jesuita Bergoglio representa a eso que yo he llamado en alguna publicación
Iglesia líquida, que fluye para adecuarse
de alguna manera a la modernidad, aunque para ello tenga que obviar dogmas
y principios poco concordes con la misma (por eso Bergoglio no quiere hablar
del aborto o del matrimonio homosexual, sino de “cosas positivas”), o tenga que
recurrir a cierto grado de autocrítica,
pero sobre todo al silencio y al simulacro. […]
Aun desde un
enfoque progre, este
artículo ofrece agudos comentarios sobre Bergoglio, algo muy raro de
ver en los medios. LEx