domingo, agosto 03, 2008

¿Una cumbre para la hipocresía?

Línea Cope, 16.7.08

A partir de esta tarde Madrid va a ser el escenario de una conferencia internacional sobre el diálogo interreligioso, patrocinada por el rey Abdallah de Arabia Saudita. La idea que ha movido al soberano saudita, después de una histórica visita al Papa Benedicto XVI el pasado año, ha sido la de mejorar la imagen del Islam en el mundo occidental, frente a la proyectada por los grupos radicales, a partir de los atentados del 11-S. No deja de resultar llamativo que sea el rey de un Estado que practica la doctrina más rigurosa e intransigente de la fe islámica, el “wabhabismo”, quien promueva esta conferencia, porque en Arabia Saudita no existe el menor atisbo de libertad religiosa, además de estar estrictamente prohibido el culto de cualquier religión que no sea la musulmana.

Si a esto añadimos la persecución real que están sufriendo los cristianos nativos en casi todos los Estados islámicos, cabe preguntarse por el significado de este diálogo, que saluda con alborozo nuestro Gobierno, promotor de otra vacía iniciativa sobre alianza de civilizaciones. En todo caso, es evidente la preocupación cada vez mayor de los dirigentes islámicos por el auge que están adquiriendo en sus países los movimientos más radicales. Pero lo cierto es que solo en la medida que el Islam admita en su seno la libertad religiosa, podrá mejorar en el mundo libre su imagen como religión que predica la piedad y la compasión hacia los más débiles. Mientras, asistiremos tan solo a un juego floral apto para las fotografías.

Los medios españoles de la Derechosa romanista, como la emisora episcopal Cope, han atacado con dureza esta conferencia (a pesar de que ¡un representante vaticano tomó parte en la misma!). El Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), afín a aquélla, afirma que «todos» los asistentes «representan la negación de los valores del diálogo y la libertad» y denuncia que Rodríguez Zapatero sirva «de anfitrión al islamismo radical» (‘Libertad Digital’, 16.7.08). Consideran por tanto más grave que el gobierno español se limitara a acoger este encuentro tras la solicitud saudí, que la participación oficial del Vaticano en el mismo, con la asistencia del cardenal Tauran (¿también él niega «los valores del diálogo y la libertad»?). El gobierno no tuvo ningún protagonismo, y no «saludó con alborozo» el encuentro (de hecho, otros de la misma cuerda denuncian “el silencio de Rodríguez Zapatero”; ¿en qué quedamos?). Tauran, en cambio, sí que lo tuvo, apareciendo también en el «juego floral» de las fotografías; pero no ha sido criticado por ello.

No les falta razón a estos críticos al destacar la incoherencia del rey de Arabia; pero también cabría una lectura positiva, en el sentido en que esta iniciativa podría significar una apertura del reino saudí y una potenciación de los aspectos más positivos del islam. Así lo ha interpretado el propio Vaticano por boca del cardenal Tauran (quien, de paso, atribuye el mérito al jefe de su iglesia): «Yo creo que un mayor impulso a su deseo [del monarca saudí] le vino del encuentro que sostuvo en el Vaticano con Benedicto XVI. Tuve muchos signos de respuesta por los cuales puedo decir que se quedó profundamente impresionado por la humanidad de nuestro pontífice. A ello se debe agregar su conocimiento de que algunos sectores extremos del mundo islámico, a decir verdad una pequeña parte, han ofuscado la imagen real del Islam y él siente profundamente el deseo de restituir al Islam su verdadero rostro, que no es aquel que muestran los extremistas. En resumen, quiere recuperar toda la pureza de su fe. Sobre todo quiere mostrar cuanto bien puede hacer a la humanidad si se pone en diálogo con los otros credos« (‘Chiesa’, 17.7.08).

Asistimos nuevamente al clásico reparto de papeles: unos sonríen y celebran el diálogo, otros lo descalifican, poniendo el acento negativo en sólo uno de los interlocutores (el islámico) (ver
Cardenal Tauran expone dificultades para diálogo con musulmanes). LEx

Odium fidei

Juan Manuel De Prada
ABC, 14.7.08

[…] El laicismo reacciona ante la visión de un crucifijo como reaccionarían el conde Drácula o la niña de «El exorcista», esto es, como poseído por una fuerza contraria a la que dicho crucifijo representa. Y, para que no se le noten los desarreglos que dicha fuerza le provoca, el laicismo quiere retirar el crucifijo de la contemplación pública; pues sólo así podrá seguir representando ante los incautos su papelón fingido de doctrina pacífica y tolerante. ¿A quién puede injuriar la visión de un crucifijo? No, desde luego, a quienes no hayan sido educados en el cristianismo; pues, para estos, un crucifijo será como el monolito al que adoraban los hombres de las cavernas, una figura carente de significado religioso en la que, si acaso, descubrirán un sentido histórico. Tampoco puede serlo para quienes, habiendo sido educados en el cristianismo, no profesan ninguna fe concreta; y aun me atrevería a decir que para estos, como para León Felipe, el crucifijo puede compendiar las más nobles vocaciones del hombre («Los brazos en abrazo hacia la tierra,/ el astil disparándose a los cielos»): vocación de entrega y caridad, por un lado; vocación de misterio e infinitud, por otro. Nada ofensivo, pues. […]

Según estos absurdos razonamientos, además de crucifijos habría que instalar en espacios públicos todo tipo de símbolos religiosos (algo que De Prada seguramente no vería con buenos ojos). La cuestión, además, no es de tipo estadístico (si molesta o no molesta a la mayoría), sino la neutralidad del estado, uno de los fundamentos de la democracia que la poderosa corriente neonacionalcatólica no acepta.

De Prada olvida además que es precisamente a quienes reivindican el cristianismo genuino a quienes más les incomoda el crucifijo, que, como objeto de culto, deviene una representación blasfema prohibida por la propia Biblia (ver
Una religión sin imágenes), y que por tanto no representa al cristianismo, sino a una perversión idolátrica del mismo. Si además se exhibe en lugares oficiales, a esta perversión se añade el compadreo con el poder. LEx

Cumbre en el Vaticano sobre la política como "forma exigente de caridad"

Zenit, 20.6.08

La Iglesia puede dar una contribución esencial a la comunidad política conservando y promoviendo en la conciencia común el sentido de la trascendente dignidad de la persona humana, considera el cardenal Renato R. Martino. […]

Refiriéndose al tema de la laicidad, en ocasiones entendida como exclusión de la religión en la vida pública, el presidente del Consejo vaticano expresó la convicción de que el catolicismo no podrá renunciar nunca a un papel público de la fe.

"Si la política --dijo-- pretende actuar como si Dios no existiera, al final se reseca y pierde la conciencia misma de la intangible dignidad humana". […]

Martino mezcla peligrosamente asuntos diferentes. La fe, en efecto, tiene una proyección pública (más que un “papel”), la cual es legítima; pero eso no autoriza a asociar una u otra determinada fe con la toma política de decisiones. Además, justamente por haber más de una concepción de Dios (o los dioses, o la inexistencia de Dios), ni los políticos pueden adscribirse públicamente a una de ellas e imponerla, ni una determinada concepción religiosa debe pretender acaparar la esfera pública. En otras palabras, la política no debe introducir a Dios en su seno como actor político-social (aunque sí garantizar que cada ciudadano pueda adorarlo, o mantenerse al margen de él, con entera libertad). LEx

El cardenal Martino concluyó constatando que una auténtica democracia tiene necesidad de alma: el valor incondicional de la persona humana, abierta a los demás y a Dios, en la verdad y en el bien.

¿Y qué hacemos con las personas que no están abiertas a Dios? ¿Y quién definirá la verdad y el bien? (ver El falso Dios y la “ley natural”). LEx