[…] “El purgatorio no es un elemento de las entrañas de la Tierra, no es un fuego exterior, sino interno. Es el fuego que purifica las almas en el camino de la plena unión con Dios”, afirmó el Papa. […]
Benedicto XVI añadió que el alma se presenta ante Dios aún ligada a los deseos y a la pena que derivan del pecado y que eso le imposibilita gozar de la visión de Dios y que es el amor de Dios por los hombres el que la purifica de las escorias del pecado.
El Pontífice invitó a los fieles a rezar por los difuntos para que puedan gozar de la visión de Dios y les exhortó a la caridad y a prestar una mayor atención hacia los pobres y más necesitados.[…]
Su antecesor, Juan Pablo II, coincidió con Ratzinger en que el purgatorio existe, pero que no es “un lugar” o “una prolongación de la situación terrenal” después de la muerte, sino “el camino hacia la plenitud a través de una purificación completa”. […]
El papado continúa sembrando confusión en estos temas escatológicos, como hizo anteriormente con los asuntos del limbo y del infierno. Si la doctrina del Purgatorio fuera cierta, lo terrible de su existencia no sería tanto si se trata de un espacio físico, sino el factor tiempo: el hecho de que, como afirma claramente esta iglesia, y el papa reafirma aquí, algunos que van a salvarse necesiten estar un tiempo sometidos a un “fuego purificador” por haber cometido “ciertas faltas ligeras” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1030-1032). En torno a estos errores han ido construyéndose prácticas anticristianas, como la oración por los muertos o la intercesión de los “santos”.
Afortunadamente, la Biblia descarta la existencia de algo parecido al Purgatorio. Es más, tampoco dice que exista el infierno, a pesar de que millones de cristianos creen que así es (ver el vídeo La verdad del infierno en dos minutos). Lo que la Escritura expone con rotundidad es que cuando el ser humano muere, muere íntegramente; no subsiste un “alma”, sino que “los muertos nada saben” (Eclesiastés 9: 5; también Salmo 146: 4), y duermen (Juan 11: 11). Por eso la esperanza del creyente está en la resurrección del ser completo que tendrá lugar al final de los tiempos (1 Corintios 15: 51-54). LEx