Bienvenida sea la final de un Mundial de fútbol con presencia española por cuanto está superando la trascedencia deportiva para convertirse en una reivindicación alegre, cívica y responsable de España y del hecho de ser español. Son valores que, de un tiempo a esta parte, habían caído en el olvido y, en el peor de los casos, eran estigmatizados por complejos arrastrados desde el pasado reciente de nuestra historia del que muchos no logran desembarazarse.
Pero ha llegado el momento de, sin patrioterismos ligados a cualquier ideología política, sentirse orgulloso de ser español y de ser un patriota que, según el diccionario de la RAE, no es otra cosa que una persona que tiene amor a su patria y procura todo su bien. Sin pretenderlo –su objetivo sólo es ganar la competición futbolística más exigente en la que participan las mejores selecciones del mundo– la Selección Española nos ha devuelto una serie de principios y convicciones que deberían permanecer inalterables y al margen de cualquier contingencia política, social o económica. Las lícitas rivalidades de futbolistas que juegan en distintos clubes de fútbol se han dejado atrás ante el reto mayúsculo que afrontan. […]
Como consecuencia de la clasificación de la selección española de fútbol para la final del Mundial y de la posterior “victoria”, han proliferado en los medios comentarios llenos de tópicos grandilocuentes, síntoma de una amplia distorsión de los valores (ver Nueva derrota de España y Mundial 2010: el discurso de la “victoria” y algunos consejos). LEx