A partir de esta tarde Madrid va a ser el escenario de una conferencia internacional sobre el diálogo interreligioso, patrocinada por el rey Abdallah de Arabia Saudita. La idea que ha movido al soberano saudita, después de una histórica visita al Papa Benedicto XVI el pasado año, ha sido la de mejorar la imagen del Islam en el mundo occidental, frente a la proyectada por los grupos radicales, a partir de los atentados del 11-S. No deja de resultar llamativo que sea el rey de un Estado que practica la doctrina más rigurosa e intransigente de la fe islámica, el “wabhabismo”, quien promueva esta conferencia, porque en Arabia Saudita no existe el menor atisbo de libertad religiosa, además de estar estrictamente prohibido el culto de cualquier religión que no sea la musulmana.
Si a esto añadimos la persecución real que están sufriendo los cristianos nativos en casi todos los Estados islámicos, cabe preguntarse por el significado de este diálogo, que saluda con alborozo nuestro Gobierno, promotor de otra vacía iniciativa sobre alianza de civilizaciones. En todo caso, es evidente la preocupación cada vez mayor de los dirigentes islámicos por el auge que están adquiriendo en sus países los movimientos más radicales. Pero lo cierto es que solo en la medida que el Islam admita en su seno la libertad religiosa, podrá mejorar en el mundo libre su imagen como religión que predica la piedad y la compasión hacia los más débiles. Mientras, asistiremos tan solo a un juego floral apto para las fotografías.
Los medios españoles de la Derechosa romanista, como la emisora episcopal Cope, han atacado con dureza esta conferencia (a pesar de que ¡un representante vaticano tomó parte en la misma!). El Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), afín a aquélla, afirma que «todos» los asistentes «representan la negación de los valores del diálogo y la libertad» y denuncia que Rodríguez Zapatero sirva «de anfitrión al islamismo radical» (‘Libertad Digital’, 16.7.08). Consideran por tanto más grave que el gobierno español se limitara a acoger este encuentro tras la solicitud saudí, que la participación oficial del Vaticano en el mismo, con la asistencia del cardenal Tauran (¿también él niega «los valores del diálogo y la libertad»?). El gobierno no tuvo ningún protagonismo, y no «saludó con alborozo» el encuentro (de hecho, otros de la misma cuerda denuncian “el silencio de Rodríguez Zapatero”; ¿en qué quedamos?). Tauran, en cambio, sí que lo tuvo, apareciendo también en el «juego floral» de las fotografías; pero no ha sido criticado por ello.
No les falta razón a estos críticos al destacar la incoherencia del rey de Arabia; pero también cabría una lectura positiva, en el sentido en que esta iniciativa podría significar una apertura del reino saudí y una potenciación de los aspectos más positivos del islam. Así lo ha interpretado el propio Vaticano por boca del cardenal Tauran (quien, de paso, atribuye el mérito al jefe de su iglesia): «Yo creo que un mayor impulso a su deseo [del monarca saudí] le vino del encuentro que sostuvo en el Vaticano con Benedicto XVI. Tuve muchos signos de respuesta por los cuales puedo decir que se quedó profundamente impresionado por la humanidad de nuestro pontífice. A ello se debe agregar su conocimiento de que algunos sectores extremos del mundo islámico, a decir verdad una pequeña parte, han ofuscado la imagen real del Islam y él siente profundamente el deseo de restituir al Islam su verdadero rostro, que no es aquel que muestran los extremistas. En resumen, quiere recuperar toda la pureza de su fe. Sobre todo quiere mostrar cuanto bien puede hacer a la humanidad si se pone en diálogo con los otros credos« (‘Chiesa’, 17.7.08).
Asistimos nuevamente al clásico reparto de papeles: unos sonríen y celebran el diálogo, otros lo descalifican, poniendo el acento negativo en sólo uno de los interlocutores (el islámico) (ver Cardenal Tauran expone dificultades para diálogo con musulmanes). LEx