Reyes Mate, filósofo e investigador del CSICEl Periódico, 5.3.08
No hubo sorpresa en la elección del presidente de la Conferencia Episcopal. Volvió el que nunca se había ido, porque él y los suyos habían marcado la línea política de la Iglesia española. Detrás de Rouco, cardenal de Madrid, y Cañizares, primado de las Españas se habían alineado la mayoría de los obispos en su bronca confrontación con el "laicismo radical" de Rodríguez Zapatero. La diplomacia vaticana quiso parar el tren a última hora, consciente de que la radicalidad del enfrentamiento y la posibilidad de un triunfo del mismo Zapatero, pero ya era demasiado tarde. La Iglesia española tiene ahora a dirigentes que la representan.
El resultado de la votación es buena muestra de que la Iglesia católica española está dividida entre quienes, como Ricardo Blázquez, dicen que "la Iglesia no quiere imponer la fe cristiana, ni la moral católica, sino que la ofrece con franqueza y valentía a todos" y aquellos otros, como Rouco Varela, convencidos de que la Iglesia es la responsable de la moral pública del Estado en nombre de una caduca teoría católica del derecho natural. […]
Resulta preocupante que analistas tan destacados como Mate incurran en el grave (y peligroso) error de creer que la estrategia vaticana y la de la Conferencia Episcopal divergen, o que Blázquez representa en lo esencial una opción diferente, más moderada, a la de Rouco. Es cierto que Blázquez no es tan osado en las formas, lo cual le ha servido para ejercer el papel de “policía bueno” de cara a los contactos con el gobierno, mientras Rouco y Cañizares desempeñaban su función de “policías malos”. El típico reparto de funciones en esta entidad especialista en el Principio de Sí Contradicción.
Para colmo, muchos han entendido que el papa contemplaba con disgusto la radicalización de ciertos sectores episcopales de España, cuando en realidad ha sido quien movía los hilos (ver El jefe del Vaticano quiere ver al PP en el gobierno). Resultado: su figura ha quedado engrandecida por contraste con la de sus subordinados españoles. LEx
Son muchas las voces laicas en Europa, como la del filósofo Jürgen Habermas, que plantean una nueva relación entre religión y democracia. Incluso un hombre como él, agnóstico y "con escaso oído para la religión", pide a laicistas y creyentes que tomen nota de que vivimos en una sociedad postsecular, es decir, que tiene amargas experiencias de adónde nos llevan una democracia pobre en valores y un cristianismo relegado a la sacristía y, como en el caso español, invadido por afectos antidemocráticos. Tanto el laicismo como el cristianismo tienen que hacer autocrítica en provecho de una democracia adulta, que él llama deliberativa.
El cristianismo tiene problemas con la democracia, y la democracia los tiene con sus propios ideales. […]
Otro gravísimo error: identificar el cristianismo con el catolicismo, y peor aún, con la jerarquía romanista, cuando el auténtico cristianismo es laicista (ver Mateo 22: 21 y Juan 18: 36), y por tanto no tiene problemas con la democracia. Es la democracia la que tiene un problema con estos dirigentes político-religiosos que prosiguen en su estrategia de reconfesionalizar España (ver Doblegando al estado). LEx
Desde la transición arrastramos un conflicto entre religión y política. Aquellos acuerdos con el Vaticano cerraron el conflicto en falso. La solución no consiste en denunciarlos, sino en repensar la cuestión católica, teniendo en cuenta a las demás confesiones, es decir, en replantear la relación entre democracia y religión.
En esos acuerdos un estado teocratista extranjero (el Vaticano) impone a otro estado soberano (España) el modelo de relación institucional en cuestiones que afectan no al Vaticano, sino a los católicos españoles. Por tanto es imposible “repensar” la cuestión católica en España sin la denuncia de esos acuerdos. LEx