José Luis Restán
Libertad Digital, 13.6.07
Un coloquio cordial que ha repasado los principales escenarios del mundo: así ha definido la Santa Sede el encuentro entre Benedicto XVI y el presidente Bush. Un coloquio que se prolongó durante más de treinta y cinco minutos, tiempo más largo del habitual en este tipo de audiencias, en el que se prodigaron los gestos de mutua estima en un clima de serenidad y respeto. Las primeras palabras dirigidas al Papa por el hombre más poderoso de la tierra fueron significativas: "es bello estar aquí".
La relación entre Washington y la Sede de Roma ha sido siempre compleja y sutil. Por un lado está el peso de la historia, que señala una secular reticencia del establishment político norteamericano frente a la autoridad del Papa. […] No es que hayan desaparecido por completo las sospechas, incrustadas en algunas franjas de la "América profunda", pero a estas alturas nadie piensa que la independencia y la soberanía nacional se vean amenazadas por el vínculo de los católicos con Roma.
El problema no son los católicos, que merecen el máximo respeto en virtud de la libertad religiosa, sino Roma y sus pretensiones de hegemonía espiritual en el mundo. Hasta la Segunda Guerra Mundial la superpotencia americana al menos se mostraba reticente a vincularse políticamente con esta iglesia-estado teocratista. Desde la “Santa Alianza” de Reagan y Wojtyla en los años ochenta, ambas superpotencias vienen cooperando en el dominio militar e ideológico del planeta. LEx
Por otra parte, los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca han tenido sobradas experiencias de los beneficios de una relación franca y fluida con la Sede Apostólica, que además de su autoridad moral, mantiene la diplomacia más antigua del mundo. Washington sabe que sobre algunos asuntos puede encontrar en el Vaticano una oposición correosa pero leal.
Esta última frase describe perfectamente el papel desempeñado por ambas superpotencias durante los inicios de la guerra de Irak en 2003: Juan Pablo II animaba a las protestas contra la guerra, mientras su diplomacia y, una vez empezados los ataques, él mismo, bendecían la intervención (ver Juan Pablo II: ¿el “papa de la paz”?). Este doble lenguaje ha seguido dosificándose hábilmente en función de la coyuntura de esta guerra, todavía abierta. LEx
Sabe también que el Papa representa el más sólido valedor de los grandes valores espirituales y morales de la tradición occidental.
Esa supuesta legitimidad moral es la que Estados Unidos necesita del Vaticano; mientras que éste requiere de la fuerza y poder político-militar del país americano. LEx
Por ejemplo, George Bush conoce perfectamente la dura oposición de Juan Pablo II a la intervención norteamericana en Irak, oposición que compartió públicamente Joseph Ratzinger. De hecho el comunicado vaticano insiste sobre la necesidad de una solución "regional" y "negociada" para los conflictos que asolan Oriente Medio. Pero el presidente norteamericano sabe también que la Santa Sede apoya con realismo la permanencia de la Coalición Internacional bajo los auspicios de la ONU, con el fin de asegurar en Irak unas condiciones mínimas de seguridad y de imperio de la ley. Lógicamente, la situación de los cristianos en toda aquella región es uno de los motivos de mayor ansiedad del Papa, y no hay duda que ocupó un lugar destacado en el coloquio. […]
Por supuesto, el capítulo referente a la defensa de la familia y de la vida, en el que existe una convergencia sustancial con la administración republicana, también mereció atención, así como la atribulada geografía de la libertad religiosa en el mundo.
Otro de los pilares del Eje Washington-Vaticano es la apariencia de piedad: se potencian postulados moralistas en relación con la familia, mientras se apoyan (o se pasan por alto) gravísimos pecados, como la guerra y la explotación. LEx
No faltará quien contemple con cinismo este encuentro, pero lo cierto es que el presidente norteamericano se ha acercado al corazón del mundo católico para escuchar con atención las inquietudes y valoraciones del Papa, intuyendo quizás que estaba ante un hombre investido de tan misteriosa misión, que le lleva a mantener su libertad de juicio frente a cualquier clase de poder.
…excepto ante sus propias ansias no disimuladas de poder, fundamentadas en un misterio espiritual, pero no de origen divino precisamente, sino todo lo contrario. LEx
Una libertad que puede resultar incómoda para el gobernante más poderoso de la tierra, pero que a la larga merece acogida y aprecio. Y en esto Bush ha demostrado ser menos obtuso que tantos que lo critican.
No será Restán, alto responsable de la emisora episcopal española Cope, medio belicista donde los haya, quien critique al hombre que ha ordenado la matanza de decenas de miles de afganos e iraquíes. LEx