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El Mundo, 21.8.06
El Tribunal Penal Supremo de Irak juzga desde hoy por "genocidio" contra el pueblo kurdo al ex presidente iraquí Sadam Husein y a seis de sus asesores, incluido su primo Alí Hasan Al Mayid, conocido como "Alí el Químico". […]
La campaña 'Al Anfal' fue lanzada al final de la guerra en la que Irak combatió contra Irán entre 1980 y 1988, y en la que los kurdos fueron acusados por el derrocado régimen basista de Bagdad de colaborar con el enemigo. Sólo en la ciudad de Halabya, atacada con armas químicas en marzo de 1988, murieron unas 5.000 personas, entre ellas numerosos ancianos, mujeres y niños.
Según la organización Human Rights Watch (HRW), autora de la mayor investigación sobre 'Al Anfal', al menos 100.000 kurdos murieron o desaparecieron en el norte iraquí entre 1987 y 1988, aunque la cifra aumenta hasta los 180.000 según las víctimas de la operación liderada por 'Alí, el químico'. […]
La campaña 'Anfal', de la que se conocen muchos detalles gracias a la numerosa documentación obtenida por la milicias kurda 'peshmerya' tras la primera Guerra del Golfo, fue similar al genocidio nazi en cuanto a los métodos usados por los regímenes en el poder, según asegura HRW en un informe que publicó en 1993. […]
Que un tirano exterminador pague por sus crímenes sólo puede ser motivo de alborozo, siempre que el castigo evite incurrir en la barbarie (ver No a la pena de muerte contra George W. Bush) y tenga como marco un proceso justo y con garantías.
En el caso de Sadam, parece evidente que hay razones sobradas para acusarlo de crímenes gravísimos contra la humanidad. Que una organización tan seria como HRW se los impute, incluso cifrando el número de sus posibles víctimas, no hace sino avalar esas razones. Es comprensible, por tanto, que las víctimas que lograron sobrevivir a sus masacres encuentren consuelo en el actual proceso que se sigue contra el tirano.
Ahora bien, el problema es que Sadam fue detenido en el marco de una invasión ilegal (es decir, fue secuestrado), invasión que, por cierto, causó también miles y miles de víctimas, y aún las sigue causando. La cosa se complica aún más si recordamos que Sadam cometió el grueso de los crímenes por los que ahora es imputado cuando era aliado de Occidente, del que recibía armas, aliento y, en los momentos críticos, silencio cómplice. ¿No deberían estar también esos responsables occidentales en el banquillo de los acusados? De lo contrario, este juicio seguirá siendo una farsa. LEx
Fernando García de Cortázar
ABC, 17.8.06
La moda es pedir perdón. O exigir un minuto de arrepentimiento público. Y si puede ser con respecto a errores o abusos de un pasado remoto, mejor. […]
Como si realmente se creyera que las responsabilidades de las gentes del pretérito pudieran imputarse, sin más, a los habitantes del presente. Como si tuviera alguna utilidad. Como si a los perseguidos y los fusilados de hace más de setenta años les sirviera de algo que unos gobiernos -que tienen tanta relación con la Alemania nazi o la Italia fascista como la actual España de Zapatero puede tenerla con la España de 1939- dijeran que los alemanes o los italianos estaban muy equivocados en 1936 por venir de turismo armado a la tierra de Carmen y Picasso.
La historia no puede ser interpretada en términos de perdón. Porque pedir perdón por lo que ocurrió hace ya casi tres cuartos de siglo puede ser una tarea tan inagotable y vana como intentar corregir el pasado lejano o cambiar la claridad amarga y severa de la historia por las blanduras dulzonas de una terapia halagadora. Los errores del presente y los que pueden evitarse en el porvenir son los que cuentan, y no se remedian ni con aspavientos ni con unos minutos de contrición pública. Porque, además, no hay mayor falacia que pedir perdón por el pasado cuando se actúa con parecida soberbia o ceguera en el presente. El mayor ejemplo de lo que digo lo hemos podido ver recientemente cuando Ibarretxe envió una carta a las víctimas de la violencia etarra pidiendo perdón en nombre del pueblo vasco. […]
En medio de este desfile del perdón al que se han unido los dirigentes nacionalistas vascos con la esperanza de cerrar el libro de la violencia y abrir el de la soberanía, quizá convenga decir que el perdón es un hecho privado entre quien ha infligido un sufrimiento y quien lo ha padecido. No es posible si no existe también la justicia. Tampoco la sustituye ni la desmiente.
Después de vivir la pesadilla del juicio, la madre de Miguel Ángel Blanco dijo que casi no había podido mirar a la cara a sus asesinos: «Sólo podía mirarle a las manos. Una y otra vez. No podía dejar de pensar que con esas manos le habían quitado la vida a mi hijo». Escribo estas palabras, y luego las digo mentalmente. Y las repito muchas veces. Como plegaria. Porque el futuro no puede surgir de disolver las responsabilidades individuales ni tampoco de borrar de la Historia la existencia de ETA, desarraigándola de las conciencias y creando un pasado con víctimas pero sin asesinos, sin verdugos, sin victimarios. Porque para que el ágora sustituya al templo y el futuro no esté ya secuestrado es preciso plantearse el terrible enigma de esas manos. No lavarlas en la ficción de una paz sin ojos sino repetirse y tratar de responder las preguntas que un día se hiciera Hannah Arendt en su libro Los orígenes del totalitarismo: ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué ha sucedido? ¿Cómo ha podido suceder?
García de Cortázar es uno de los pocos historiadores españolistas actuales que parece mantener un tono distinto e independiente de la Derechosa (ver La Brigada Antiprogre), aunque ésta no dude en instrumentalizarlo a menudo. Si bien muy condicionado en sus análisis por el problema vasco (él mismo es bilbaíno), suele mostrar un juicio ecuánime sobre los temas que trata, y el artículo que nos ocupa es básicamente un nuevo ejemplo de ello.
Resulta saludable su crítica a quienes abusan del pedir perdón (o de exigir que se pida), sobre actos de determinadas colectividades en el pasado, con la finalidad de desviar la atención y/o de que se diluyan las responsabilidades individuales aún presentes. Es un uso utilitarista del perdón.
Con todo, es quizá exagerada la crítica que hace De Cortázar a la “moda” presente de pedir perdón. Llega a decir: «La historia no puede ser interpretada en términos de perdón.»
Pero, aun admitiendo lo que esa frase tiene de cierto, incluso de clarividente, no deja de ser objetable. En la medida en que subsiste una institución en el tiempo es sano que pida perdón por su pasado incluso si éste ya empieza a ser remoto, y más si todavía, entre los descendientes de las víctimas o algunas de éstas que aún sobreviven, las heridas siguen abiertas (existe la “personalidad jurídica” además de la física... ¿por qué no hablar también de una “personalidad moral”, aunque sea así, entre comillas?).
Es cierto que eso no arregla el pasado (¿o sí…? Pues, ¿qué es la reconciliación sino un arreglo del pasado, limitado ya al recuerdo?), pero no tiene por qué resultar “tan inagotable y vano” si la petición de perdón va acompañada de sincero arrepentimiento. Gracias a ello, se podría rectificar el rumbo.
Es un hecho, claro, que cuando se pide perdón suele ser en plan hipócrita... Pero eso no hace menos necesario pedirlo.
Bien mirada, la frase resulta un tanto vacua, no tiene mucho sentido... Evidentemente, la historia puede, y quizá debe, ser interpretada en términos de pecado (por usar un término que resume la condición de la humanidad a través de los tiempos y que además no es ajeno al jesuita García de Cortázar). Y, como tal, debería ser susceptible de interpretarse en términos de perdón, pero para eso hace falta la voluntad humana.
Criticar “la moda del perdón” puede ser, en cierto sentido, razonable. Pero elevar eso hasta la negación de la necesidad del perdón ya parece más cuestionable.
Lo que García de Cortázar ve tan obvio para el caso de las víctimas de ETA (sin duda, por ser aún mayor la proximidad en el tiempo), debería verlo claro igualmente para lo relativo a la Guerra Civil. LEx
El Plural, 16.8.06
Más de 18.000 personas acudieron al último encuentro organizado en Estados Unidos por la Iglesia de los Bautistas del Sur, grupo ultraconservador católico. Entre ellas estaba la Secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice, y el presidente, George W. Bush (este último a través de videoconferencia). En esta convención, Bush y Rice explicaron que Estados Unidos "gobierna en aras de propagar la justicia divina con vistas al advenimiento del Fin de los Tiempos".
La reciente Convención Anual de los Bautistas del Sur contó con la presencia del presidente de Estados Unidos y la secretaria de Estado. Bush y Rice explicaron a más de 18.000 mensajeros de Dios —es así como se hacen llamar los miembros de esta congregación religiosa— que la misión de Estados Unidos en el plano militar y diplomático era adelantar el advenimiento del Apocalipsis, anunciado en la Biblia, cumpliendo así con la justicia divina, al atacar a regímenes y naciones opuestas a los designios de Dios en la tierra.
“El presidente Bush y yo misma compartimos la convicción que tienen ustedes de que América puede y debe ser una fuerza del Bien en el mundo. El presidente y yo creemos que Estados Unidos tiene que mantener su compromiso como líder de acontecimientos fuera de nuestras fronteras”, explicó Rice en su discurso.
Mensaje de Bush
Poco después de su inauguración, la Convención fue interrumpida por la sorpresa de un mensaje no programado de Bush que se dirigió en vídeo a los particulares desde Bagdad. El presidente de EEUU recordó a los mensajeros de Dios su proyecto de modificar la Constitución para impedir que la Justicia legalice los matrimonios entre homosexuales.
Bush también enumeró un conjunto de decisiones presidencial inspiradas en su fe: "limitaciones al derecho de aborto, eliminación de subvenciones a las asociaciones favorables al aborto, campañas a favor de la abstinencia sexual entre los jóvenes solteros, prohibición de investigaciones científicas sobre las células madres y, por supuesto, privatización masiva de los servicios sociales y de salud a favor de las organizaciones religiosas".
El suceso más importante
Y es que la Convención Anual de la Iglesia de los Bautistas del Sur es uno de los acontecimientos más importantes de la vida política y social de Estados Unidos, ya que esta institución religiosa representa la principal reserva electoral del presidente Bush. Por consiguiente, los discursos pronunciados allí no deben ser vistos como simples anécdotas, ya que esta congregación representa la manera de pensar de una mayoría relativa y su teología rige el Partido Republicano, así como sirve de fundamento popular a la guerra que se desarrolla en Irak. […]
Dirigido por una congregación secreta en el seno del Pentágono, este trabajo privilegió la influencia de las diferentes denominaciones evangélicas, en particular la de los Bautistas del Sur, en detrimento de los sacerdotes católicos, que perdieron el tradicional control de las capellanías militares.
El Ejército de Dios
Así poco a poco, las fuerzas armadas estadounidenses se reafirmaron como el Ejército de Dios. El pentágono incorporó así misioneros evangélicos a sus tropas en Irak y el subsecretario de Defensa encargado de la inteligencia, confirió a la conversión de iraquíes el rango de objetivo estratégico.
Los ‘Southern Baptists’, contra lo que afirma este diario, no son precisamente católicos romanos, sino de tradición protestante y rotundamente antirromanista. Sin embargo, en los últimos años sus dirigentes mantienen una creciente alianza con la iglesia vaticana (ver Reagan, Wojtyla y la “Santa Alianza”).
Por lo demás, y ante todo, la noticia tiene su enjundia porque confirma cómo el Poder instrumenta la religión para perpetuarse y expandirse. La separación iglesia-estado, típica de Norteamérica, ya es más bien cosa del pasado (ver un análisis más exhaustivo del acto por Thierry Meyssan). LEx