Vittorio Messori
La Razón, 31.5.06
Cuando ocurrió, en la Cuaresma de 2000, me permití escribir en el «Corriere della Sera» «algunas preguntas al Papa penitente», como se titulaba el artículo. Preguntas, las mías, que molestaron a algún que otro «católico adulto» pero no a Joseph Ratzinger, que, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, había intentado disuadir a Juan Pablo II. Al final, el cardenal se había preparado para hacer frente a los daños. Así, a la liturgia penitencial en San Pedro con las peticiones de perdón por las culpas cometidas por la Iglesia en el pasado siguió un documento de la Comisión Teológica presidida por el mismo Ratzinger, donde se precisaba el ámbito de la iniciativa y no faltaban palabras como «desconcierto, «desazón», «falta de precedentes» o «insuficiente fundamento bíblico». La presencia del Cardenal Prefecto en la liturgia -cuyos textos habían sido revisados atentamente por él y retocados en muchos puntos- fue una especie de garantía de que el rigor alemán había vigilado el generoso apasionamiento eslavo que corría el riesgo de «remover la confianza de muchos hacia la Iglesia», como advertía el documento del ex Santo Oficio. […]
Fue, el de Juan Pablo II, un acto exclusivamente pastoral que no implicaba, obviamente, la infalibilidad pontificia y que entraba en un «magisterio ordinario», reformable con el paso del tiempo. Preveía yo también -y no era necesario mucho esfuerzo- que el siguiente papado tomaría distancias con aquella liturgia, no aislada, pero sí punto de partida de otras tantas «peticiones de perdón» dirigidas a todos por el Pontífice polaco […]
Quizá, también esto entra en la transparencia de un hombre que, precisamente en Polonia, ha querido recordar con franqueza el mayor tema de legítimo disenso con el Papa polaco, a quien le ata un cuarto de siglo de fecundo y cordial trabajo.
Benedicto XVI, en su discurso en Polonia, ha reconducido hacia la doctrina tradicional aquellas peticiones de perdón: toda ambigüedad ha sido superada, precisando que -como siempre ha sabido el católico- la Iglesia es santa, y la que peca y se equivoca no es ella, sino sus hijos infieles. Sería un error y una injusticia «convertirse en jueces de las generaciones precedentes, que vivieron en otros tiempos y en otras circunstancias».
Por tanto, peca de anacronismo y de injusticia quien quiera juzgar la historia de la Iglesia sirviéndose de la actual vulgata hegemónica: la del liberal políticamente correcto. […]
Lo de Ratzinger no ha sido, obviamente, un desmentido, sino la repropuesta de unas precisiones que ya pidió con anterioridad, refrendadas ahora con la autoridad pontifical. […]
Papistas “sin complejos” como Messori dicen abiertamente aquello que parece tan ambiguo en las intencionalmente contradictorias palabras papales. Un ultra (pero a la vez romanista ortodoxo) como Messori nos recuerda que el mensaje de petición de perdón fue ambiguo: para él lo es pues no soporta que su iglesia pida perdón por las cruzadas, la inquisición, el antisemitismo, la persecución…, y preferiría un mensaje claro como el actual de Ratzinger: visto en su contexto, todo es justificable.
La ambigüedad es la estrategia papal siempre (siempre que les interesa, claro): confunde, que algo queda. Y por mucho que Ratzinger “reproponga” el asunto (¡cómo se escabulle Messori del término “desmentido”), los católicos aperturistas y sus incontables simpatizantes (‘progres’ incluidos) recordarán la imagen de Juan Pablo II “pidiendo perdón” en nombre de la Iglesia Católica Romana por sus “errores”, y blandirán esa asombrosa y humildísima penitencia como prueba de la bondad del papado. Minimizarán que el “vicario de Cristo” actual diga lo contrario. Los ultrarreaccionarios, en cambio, se aferrarán a la posición de Benedicto XVI. Así todos quedarán fascinados por esta superpotencia espiritual y caerán en su red.
Por otro lado, es cierto que a las generaciones pasadas no podemos juzgarlas con nuestros criterios actuales. Pero sí podemos juzgarlas a la luz de todos aquellos que, en su misma época, condenaban con el evangelio en la mano las abominaciones de la bestia papal. Ésos, condenados y asesinados por Roma como herejes, eran la verdadera iglesia de Jesús, que con su testimonio denunciaba a la iglesia apóstata de Roma, la misma que ahora no se arrepiente. LEx